martes, 24 de septiembre de 2013

Cuento


CUENTO PARA UN AVIÓN

-   ¡Juanito! ¡Juanito!- gritó asustada Daniela, mientras su sobrino salía disparado del asiento del avión para saludar al famoso Francisco, futbolista del Real Madrid, que ocupaba la primera clase del avión junto a toda la plantilla de su equipo.
Gracias a su sobrina, Juanito logró obedecer la orden de permanecer en silencio ocupando la plaza que tanto le había costado conseguir. Estaba cansada de viajar y viajar pero nunca de disfrutar con sus viajes, pues había sido azafata y había recorrido el mundo entero pero sin salir de la máquina infernal y asfixiante.
- ¡Marta deja de pegar a tu hermano! – Señaló gritándoles a sus sobrinos- Mirar los ríos que bonitos desde la altura- ¿Salen como en los mapas, verdad?
-  ¡Quiero dibujarlos porque soy el maestro del dibujo!-gritó histérico Juanito.
-  ¡La maestra seré yo!-gritó Marta golpeando el brazo de su hermano.
Daniela puso sus ojos en blanco mientras suspiraba desesperada, no se podía imaginar un viaje más desesperante, abandonaba las playas, su casa, su sol maravilloso piso de París y familia de Alicante para viajar a Jerusalén con los dos hijos de su hermana. Pero su hermana insistió tanto en que se los llevase que le fue imposible negarse y eso que les remarcó un par de veces que era un viaje para buscar su paz interior, como bien le asesoró su maestro de yoga, no para hacer de niñera.
-Tía cuéntanos un cuento, que me aburro- dijo Marta.
-Sí, cuéntalo- animó Juanito.
-Si estáis callados lo contaré- Daniela pensó qué cuento podría mantener la atención de los niños y decidió inventarse uno con algunos personajes del avión como el famoso futbolista- Como es costumbre todos los cuentos empiezan con su melodioso: había una vez, y este no será menos. Había una vez un famoso futbolista de veinticuatro años, que viajó a las tierras de Jerusalén, donde el sol era tan ardiente que incluso derretía las ruedas de sus maletas, maletas que arrastraba por el aeropuerto para llegar al único hotel decente de la ciudad. Cerca del hotel estaba el mercado donde cientos de puestos decoraban las calles de telas, sedas y paños de colores ambientados con un intenso olor a especias por la cantidad de puestos con miles de variedades. Pero no sólo las mercancías ocupaban las callejuelas, pues los dependientes abordaban a los turistas como locos para sacarles unas monedas.
Entre el barullo un niño español de trece años encontró la parada ideal. Una parada pequeña, escondida entre otros puestos más grandes, pero con muchas especias que en Barcelona eran imposibles de encontrar.
-  ¿Esto es Baharat?- preguntó el niño a la dependienta de la parada sorprendido de ver por primera vez a una mujer sin velo en esa zona.
- ¿Cómo conoces esa especia?- preguntó la mujer sorprendida.
- ¿Hablas mi idioma?- preguntó Marc atónito de escucharla hablar un perfecto español.
- Pues claro, me encanta tu idioma siempre soñé con visitar España algún día…
- ¡Qué susto me has dado Marc!-gritó su madre abrazándole con fuerza- Por estos sitios es mejor ir juntos y no separarse- miro la especia que su hijo sujetaba entre sus manos -¡Perdónele, es que es un apasionado de la cocina, está empeñado con eso de ser cocinero y ya ve!- gritaba como si hablase con una sorda.
-  Mamá, habla español.
Confesar a su madre que la dependienta hablaba español había sido su perdición ya que pasaron horas hablando, empezaron con las especies continuaron con su pasión sobre España y al final decidieron hacer negocios. Ella sería su proveedora de especies y productos árabes mandándole todo lo que necesitase para el restaurante que la mujer gestionaba en España. Al cabo de unas horas parecía que se conocían de toda la vida conectaron tan bien que decidieron quedar al día siguiente para tomar té.
Zhuleima Salim empezó a soñar despierta, miles de ideas, proyectos, expectativas le brotaban y la cargaban de energía para seguir su gran sueño. Sueño por el que luchaba todos los días. Era la única dependienta femenina de todo el mercado, por eso la dejaban apartada de todos los pasos por donde más concurrían los turistas o clientes, aislándola para conseguir su fracaso. Pero Zhuleima era una mujer valiente, atípica y ambiciosa que luchaba por la libertad y la independencia, por ello no daba el perfil tradicional de mujer musulmana y eso le había ocasionado múltiples problemas, así como el negarse a llevar velos.
- ¡Mujer! ¿Qué haces haciendo negocios con extranjeros?- gritaron celosos los comerciantes
-  Zhuleima Salim, si no te importa- les corrigió con descaro y furia.
- ¡Qué te has creído, mujer! ¡Pecaminosa! – gritaron mientras destrozaban su pequeña parada de especias, lanzando todos sus productos contra el suelo.
Zhuleima intentó detenerles pero sus fuerzas y sus ganas de destrozarla eran más fuertes que cualquier esfuerzo que ella pudiese procesar.
-  ¡BASTA! - gritó el futbolista Francisco que pasaba por el mercado con sus maletas rumbo al  hotel cercano para hospedarse. Llevaba los auriculares puestos y se había desorientado un poco del camino, pero el escándalo que se había formado en una esquina atrajo su atención. No soportaba las injusticias y no podía pasar por alto que unos hombres actuaran como matones contra una mujer sola e indefensa. -¡Dejarla tranquila!- dijo valientemente exponiéndose a que esos hombres arremetiesen contra él. Se sentía algo ridículo pues sabía que no le entendían pero el lenguaje corporal era igual en todo el mundo, y su cara de pocos amigos era muy reveladora. Sabía que estaba en desventaja, pero para su sorpresa los hombres que intentaban pelear al observar que era adinerado, optaron por abandonar el desastre que habían creado y dispersarse, dado que entre otras cosas ya habían conseguido su propósito.
Zhuleima se lanzó a recoger todo lo del suelo con vergüenza, aunque la mayoría de cosas eran inservibles porque las especias se habían mezclado todas. Solo podía pensar en que aquello sería su ruina, pues todos sus sueños que había conseguido ese mismo día se habían desvanecido como el azafrán en el arroz. Su nuevo negocio se derrumbó como sus esperanzas.
-¿Puedo ayudarte en algo?- preguntó Francisco mientras levantaba la paradita, dejando a un lado las maletas, aunque sabía que no recibiría respuesta porque pensaba que ella no le entendería. Se quedó sorprendido cuando ella le respondió en su idioma.
-No. ¡Yo puedo sola!-gritó pagando su frustración en él.
-Todo el mundo necesita ayuda en algún momento de la vida, un jugador de baloncesto necesita a su entrenador, el sol a la luna, el gato al ratón, el perro a su amo y en este momento tú me necesitas a mí. Aunque seas una mujer fuerte puedes decir solo gracias y ceder ante mi ayuda.
-Gracias- sonrió sonrojada por lo directas que fueron las palabras del extranjero, pues nadie le había dicho antes que era una mujer fuerte, unas simples palabras que para ella fueron un empujón de autoestima.
Entre los dos recogieron los desperfectos, en la medida de lo posible, pues la mayoría de sus productos fueron directos a la basura. Sus miradas se entrecruzaban miles de veces al igual que sus manos al recoger y montar la parada. Por fin terminaron y Francisco, haciéndose con el último amago de valor le propuso relajarse con un té en cualquier parada del mercado.
-Las mujeres musulmanas no hacen esas cosas, pues se nos niega la entrada a ciertas teterías y más a mujeres como yo.
-Pues permíteme que te ayude a llevar los bártulos hasta donde tú quieras.
Entonces los dos jóvenes cogieron los restos de la parada, emprendiendo camino hasta la casa de la joven. Paseando con las maletas y los bártulos por las estrechas callejuelas de Jerusalén siendo observados por todos los vecinos, pero ellos parecían ignorarlo todo. Cuando él la dejó en su casa y se disponía a volver al hotel, fue perseguido por los hombres que destrozaron el puesto de Zhuleima en el mercado más otros compañeros pues que no iban a consentir que eso quedara así. Cuando iban a darle alcance pasó una patrulla de la policía y le auxiliaron escoltándole hasta su hotel. Durante el camino los policías le advirtieron que tenía prohibido volver hablar con mujeres musulmanas, pues era un delito penado con la cárcel. A partir de esa noche no se volvieron a ver nunca más aunque sus vidas quedasen marcadas para siempre.
-¡TÍA QUIERO MERENDAR!-interrumpió el joven Juanito a la tía, que se había embaucado como narradora del cuento, relato que había conseguido sumergir a medio avión.
-¡Calla, que he salido en la historia y quiero saber el final!- le ordenó Marc.
-Yo me ocuparé del niño, pero siga contando esa romántica historia- le rogó la azafata.
-Pues… ¿por dónde iba?-pensó Daniela continuando con su narración- La pareja de jóvenes se quedó fascinada, el uno del otro, Zhuleima era la mujer más hermosa que había conocido Francisco, era lista, luchadora y valiente, y ella había descubierto en él cualidades que desconocía que un hombre pudiese poseer, era tan diferente a lo que estaba acostumbrada. Sus vidas eran tan distintas como sus mundos.  Pero él no olvidaría nunca a esa hermosa criatura con la sonrisa más bonita que hubiese imaginado, una mujer que teniéndolo todo en su contra seguía siendo positiva y optimista. Para muchos podría parecer ingenua pero para él era todo un símbolo de querer cambiar el mundo. Zhuleima tampoco le borraría de la memoria, pues Francisco fue el único hombre que la trato como igual con respeto e incluso apoyando sus opiniones, dándole la esperanza de que algún día sus ideales se podrían plasmar en los hombres de su país.
Ella perdió el negocio con la cocinera española, pero no permitió que eso rompiese su sueño, porque no tardó en volver a montar su puesto aun estando en la parte más aislada del mercado. Salía cada mañana con una sonrisa en la boca sin importarle lo duro que sería el día, pues sabía que esa era la única manera de que al final todo su esfuerzo tuviese recompensa y Francisco…
-¡Ganó el Balón de Oro!-gritó Juanito ocasionando una carcajada general de todos los pasajeros del avión.
-Que historia más triste tía- dijo Marta decaída.
-No querida, porque con personas así es como se cambia el mundo.
En esos momentos las azafatas avisaron de que iban a tomar tierra, todos los pasajeros se sentaron en sus sitios reflexionando como con pequeños gestos se pueden lograr grandes cosas.


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